Mi botánica familiar

Fui invitada a la significativa celebración del primer año de B., un duende que vive con sus padres cerca del Parque Forestal. Me alegraba saber que la ocasión convocaba también a mi amiga E., que viajaba desde la quinta región. Ella es una hermana de vida para mí, me salta el corazón cuando nos reencontramos. Su presencia en este mundo es el mejor conjuro contra la soledad.

La madre del cumpleañero es vegetariana y la cita era en el parque a las once de la mañana, por lo que precavidamente tomé un abundante desayuno. No había contado con la presencia de los abuelos catalanes, que nos agasajaron con chorizos, embutidos, mandonguilles (hay palabras que conviene aprender rápidamente) y tortillas. «Éstos son de los nuestros», me dije, comenzando a echar por tierra mi discurso sobre la dificultad mía de sentir alguna genética de la península ibérica corriendo por  mis venas. Por aquí vislumbro por qué mi amiga E. disfrutó tanto su estadía en esas tierras.

Luego de disponernos en un círculo para, en honor al festejado, plantar un ginkgo biloba – un tipo de árbol único en el mundo- , el padre de este duende comenzó a repartirnos unas bellas tarjetas y plantas nativas como recuerdo del evento. «No tenemos muchas», aclaró,  «tienen que sacar una por grupo familiar». Estas últimas palabras coincidieron con mi turno, lo que provocó esos momentos que podrían ser trágicos si no existiese de por medio una amistad de años. «Ya sabes, querido, que yo soy mi grupo familiar», le dije, escogiendo mi recuerdo con digna y cómplice sonrisa.

Comí todas las porciones de chorizo que le corresponderían a un grupo familiar  más numeroso que el mío, por lo que en la noche de visita a unos amigos me decido a llevar pan negro y palta para dar respiro a mis arterias. No he dimensionado el encuentro que me espera que será regado de conversados tintos.

Han invitado a C., un hombre que no veía hace años, pero que yo recordaba por su amor a los libros. «Tengo tres mil quinientos», me cuenta. Mi compañera de departamento con quien por primera vez coincidimos en una velada con amigos fuera de casa, pues nos movemos en distintos círculos, me mira. «Que situación más hilarante», me comenta ella. Es un término interno que hemos creado para referirnos cuando surge algo que se relacione con el catalán que indirectamente dio origen a este blog. Nos comienza a dar risa y yo le explico a C., para que no se vaya a sentir incómodo, que conocí a alguien que tiene cuatro mil libros, pero que ya no nos escribimos. «Las relaciones epistolares no se terminan», me replica él. Acertado comentario. La conversa promete. Me habla de música, novias, cine (tampoco ha visto la última de Allen), literatura, lecherías, neurociencias. Y me invita a su proyecto que es construir en su campo del sur una residencia para que artistas e intelectuales puedan dedicarse a crear sin el costo de perder las energías en la sobrevivencia. Le agradezco, pero le explico que de intelectual no tengo nada, lo que él pone en duda. Yo insisto que lo único que tengo de intelectual es que no uso maquillaje.

Los vinos corren, yo que me he levantado a las siete de la mañana ya comienzo a añorar mi cama. Hemos llegado al whisky, ese brebaje que adoro y que se suelen servir los hombres sin ofrecer a las féminas. Reclamo el mío. Me sirven. C. se sienta a mi lado y mientras me pone la mano en la pierna me comenta qué guapa está la hermana del dueño de casa. Hay momentos en que está más que claro que es urgente terminar la velada. Aprovecho que mi compañera de departamento se está yendo, empino el codo para no perder lo recién recibido y comienzo a despedirme. Todos insisten que me quede, C. me ofrece llevarme más tarde a casa, dudo por instantes si prolongar la visita. Pero no, estoy realmente cansada. Bajo corriendo cual Cenicienta las escaleras, para alcanzar a subirme al auto de mi amiga. Y de pronto me doy cuenta que C. viene detrás a grandes zancadas. Insiste que me quede. Ante mi resolución de irme, de pronto él concluye en voz alta: «Ah, no me había dado cuenta, ustedes son pareja». Es lo único que me faltaba. Ahora se correrá el rumor que no es que estoy sola, sino que soy lesbiana. La verdad es que a estas alturas me tienen sin cuidado las explicaciones que la gente se construya. De todos modos sé que venido el comentario de alguien con su bondad y que ha vivido tantos años en el extranjero, tiene solamente una carga descriptiva. Igual nos ha regalado un trayecto a casa con las mejores carcajadas de la noche.

Hoy mi unipersonal grupo familiar se ha levantado con una resaca tremenda. Me preparo un café y me digo que me gustaría mucho que C. me invitara a ver la última de Woody Allen, porque hay personajes en este mundo que sin duda me hacen sentir menos ginkgo biloba y más bosque nativo.

planta lagunosa
Planta Lagunosa Glanducos, Claudio Gay, (1800-1873)

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